jueves, 19 de marzo de 2009

Decaigamos

Hablemos de miserables: sí, lamentablemente me voy a poner en plan Larra.
Muchas veces me pregunto, como un viejo cascarrabias, qué demonios está pasando con la educación, y no me refiero a la cultura básica que ya hace tiempo que amenaza ruina, sino al simple hecho de saber comportarse, al simple hecho de saber estar y moverse en la tribu que nos haya tocado por azar.
Recuerdo un poema de J.A. Goytisolo titulado Quiero todo esto y parafraseándolo yo también diría lo que quiero y lo que no quiero:
  • Quiero que me respondan cuando entro en un lugar y digo buenos días, buenas o un simple hola.
  • No quiero tener que ceder el paso a alguien que vaya por su izquierda en lugar de por su derecha (sin matices políticos) a no ser que se trate de una embarazada, una persona mayor o un niño que aun se encuentre en el bendito estado de inconsciencia de los 5 años.
  • No quiero que ningún imbécil se atreva a entrar antes de dejar salir.
  • No quiero que mis vecinos de arriba armen fiestas bailando el venao porque les sale de ahí y aunque jamás lo fui siento que acabaré siendo profundamente xenófobo.
  • Quiero que se prohíban los móviles con altavoz porque no tengo ninguna necesidad de escuchar tu maldito merengue (lo advertí antes, acabaré siendo lo que no era).
  • Quiero que me den las gracias cuando le explico a la tía de al lado en el gimnasio (por muy buena que esté) cómo funciona la cinta de correr.
  • No quiero tener que dar las gracias al cretino que me vende un billete de tren (o cualquier otra cosa) y ni saluda, ni mira, ni habla… sólo con esos pequeños detalles me conformaría y podría ser, al menos, un poco más feliz.
Y si leemos al buen bilbilitano Marcial nos daremos cuenta que todo esto, salva sea la tecnología, ya pasaba hace dos mil años.

Quiza simplemente debamos admitir que, nuevamente, somos decadentes.
Qué asco.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Terapia

Tanto tiempo sin escribir provoca que el reto, que me impuse hace poco, se vuelva más arduo.
Resulta curioso.
Cuando uno va, como siempre, pensando en lo suyo, ya sea caminando por la calle, ya sea en el tren que le transporta al trabajo, parece que el ese sería justo el momento de verter sus ideas sobre el papel o la pantalla. En cambio, cuando uno se sienta ante la máquina que le esclaviza a plazo fijo durante 35 horas semanales por propia voluntad, es como si se agolparan todas sus ideas y la forma de expresarlas no tuviera solución en el camino que va desde la mente a los dedos.
Resulta inquietante.
Quizá sea la falta de práctica.
Quizá sea por fin el fin de la apatía que me arrastra a hacerlo y al final esto será una mala copia de El otoño en Pekín, absurdo pero con una cierta lógica.
En todo caso no es más que una terapia… o no.

lunes, 2 de marzo de 2009

De momento no.


Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas. Para dar comienzo a mi historia desde el principio, diré que nací (según me han dicho y yo lo creo) un viernes a las doce en punto de la noche. Y, cosa curiosa, el reloj empezó a sonar y yo a gritar simultáneamente.David Copperfield, Charles Dickens.

Qué estupenda manera de empezar a hablar de uno mismo, no se me ocurriría otra mejor aunque no me es aplicable, ya que nací casi dos siglos después, un lunes a las dos de la madrugada e ignoro si grité o simplemente lloré y no sé si sonaba el reloj al unísono, lo que sí es cierto es que llegue cual búho de madrugada.
Se ajustaría más a la realidad si parafrease al bueno de Salustio: nobili genere natus, fui parua vi et animi et corporis, et (sed) ingenio malo pravoque. Sobre todo pravo.
Ví la luz en las miasmas de los 60. Me crié en esa España kitsch de los 70 y fui repelente niño Vicente en un colegio nacional mixto (cágate lorito) e incluso llegué a ser líder de la manada durante un tiempo, con ortodoncia del maxilar superior, pies planos, miopía galopante y caspa.
Mi adolescencia pasó durante la gran ficción de los 80. Aprendiz de ebanista, barnizador a tiempo parcial según los antiguos cánones, locutor y técnico de radio, imitador a tiempo completo, guitarrista a tres cuerdas a mano tonta, pintor de sótanos a brocha gorda, estudiante enamorado de la “inaccesible que derrocha simpatía” y wertheriano por gilipollas.
La primera mitad de los 90 me aportó el sexo compartido que siempre es más gratificante, el desconsuelo, el odio y el rencor, la poesía por fin entendida, el conocimiento puramente hedonista, y un titulo oficial en lenguas pardas (Dutu shi Kisnapilin uatenuun). La segunda mitad de los 90 me trajo el desasosiego, la especialización inútil, el sibaritismo, el Mar del Norte, y al fin la estabilidad pecuniaria.
De estos últimos nueve años no hablaré.
De momento no.